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Autora
*Investigación y producción de
Sonia Uberetagoyena Loredo
El descontento generalizado en lo social, económico y político, provocó el cambio radical que implica la revolución en Francia, que en el siglo XVIII era una de las naciones más opulentas y poderosas.
Tal poderío devenía del arribo y aplicación de la teoría económica del mercantilismo, que sostenía la idea de que el comercio haría ricos a los países, cuidando que las exportaciones fueran superiores a las importaciones, para lograr la acumulación de metales preciosos, como el oro y la plata, que permitiese financiar el avance industrial, con una amplia intervención del Estado, lo cual favoreció a los burgueses.
La palabra burgués hacía referencia a los habitantes de los “burgos”, de las ciudades, que no eran parte de la sociedad feudal. Se trataba de una nueva clase social, compuesta de mercaderes, artesanos y profesionistas del derecho y la medicina, entre otras. Los burgueses producían mercancías para vender y no para el autoconsumo. Los burgueses se distinguían por ser artesanos y comerciantes experimentados que fueron elevando el nivel social de los maestros y aprendices, dando origen a una nueva clase social y al “Tercer Estado”.
Sus procesos de producción, fueron perfeccionándose a través de la innovación tecnológica de la burguesía comercial e industrial, lo que fortalecía cada vez más a esta nueva clase social, quienes concedieron una fundamental importancia a la educación. Tal fue el engrandecimiento de los burgueses que combatieron a la monarquía de Francia, para intervenir políticamente y concluyó en la Revolución Francesa.
La sociedad francesa se dividía en tres “Estados”: Nobles, Clero y Estado Llano. Los dos primeros eran privilegiados que, aunque tenían propiedades, a veces enormes, no pagaban impuestos y solían vivir lujosamente. En cambio, los burgueses, artesanos y campesinos del Tercer Estado, realizaban todo el trabajo y pagaban los impuestos, que sostenían las guerras y privilegios del rey y la nobleza. El grupo más pobre, el de los campesinos, además de prestar servicios gratuitos a los nobles tenían que utilizar a precios muy altos, los molinos y hornos de éstos.
El monarca Luis XVI, haciendo caso de las sugerencias del fisiócrata[1] Turgot, decretó la libertad en el comercio de cereales, como del trabajo y la supresión de los servicios obligatorios y gratuitos de los campesinos, de modo que al imponer medidas fiscales para reducir el déficit público, sufrió la fuerte oposición de la corte y los parlamentos provinciales, temerosos de perder sus privilegios.
La liberalización de la economía desató una crisis política interna, que obligó a convocar al poder legislativo, formado por asambleas de representantes de los tres “estados” sociales: la nobleza, el clero y el “Tercer Estado” o pueblo, con resultados altamente beneficiosos en la elección, para muchos integrantes de la burguesía, en franca carrera ascendente, al punto de constituirse en Asamblea Nacional, luego Constituyente, y proclamarse a sí misma, como absolutos custodios de la soberanía.
Al pretender Luis XVI, diluir por la fuerza militar a la Asamblea Nacional, se precipitó la revuelta popular, con la toma de la fortaleza medieval de la Bastilla en París, el 14 de julio de 1789, sellando así el fin del viejo gobierno e iniciando la Revolución francesa.
La herencia histórica de la revolución Francesa es enorme, pues de su triunfo surgió la división de poderes, el legislativo, elegido por sufragio restringido (derecho a voto sólo de población con ciertas características económicas, sociales o educacionales) y judicial, al eliminarse la monarquía absoluta.
Otros aportes a la vida de las naciones, a decir de Miguel Poradowski[2], de la Revolución Francesa fueron, el cambio radical en la cosmovisión, del teocentrismo bíblico tradicional al antropocentrismo; la Declaración de los Derechos Humanos y del ciudadano; la adopción del “contrato social” y la democracia de Juan Jacobo Rousseau , como base de la sociedad y su resultante nuevo orden jurídico laico.
Con la revolución Francesa, también dio inicio la instauración de las repúblicas; la abolición de la esclavitud y la servidumbre; el movimiento por el sufragio femenino en todo el mundo, la lucha por los derechos laborales y civiles, entre otros.
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[1] La fisiocracia fue una escuela de pensamiento económico, que consideraba como única fuente de nuevo valor, ingreso y riqueza, a la agricultura. De igual modo concebía a los terratenientes y al trabajo agrícola como los únicos productivos, considerando que el resto de las clases sociales eran zánganas.
[2] Poradowski Miguel. La Herencia de la Revolución Francesa. 26/01/2016, de Fundación Speiro Sitio web: http://www.fundacionspeiro.org/verbo/1990/V-287-288-P-1073-1126.pdf