* Autor: Rodolfo Juárez Jiménez
Los cambios sociales y culturales, han modificado, la relación amorosa, según algunos sociólogos…
¿Qué decir de una tarde consumada?, en que los rayos del sol, no pueden más que engrandecer las sensaciones del que mira, del que contempla, apacible o no, los destellos,… que de manera única, irreproducibles,… iluminan los últimos minutos de la hora en que se aproxima el fin de la tarde, para que aparezca la noche, con esa oscuridad que también se ilumina con la luz de la luna y que,… anuncia un giro del clima, que incita a una larga y placentera caminata.
Ese final del día y de la tarde, pone frente a los ojos del que observa, también otros instantes, de otros seres, que salen de los edificios, salen hombres, salen mujeres,… algunos con fastidio reflejado en el rostro, otros con el sentido prometedor del inminente descanso, de la reunificación con los seres que inspiran,… el diario ser y hacer… de la existencia, acompañantes y ayudantes del disfrute, de la alegría por la misión cumplida, de esa larga jornada, que roba tiempo a los que amparan el hogar, que hurta la sensación de protección y respeto, en esa reciprocidad, ¡no exigida, sino obsequiada!
Los otros, los de rostro fastidiado,… iban al encuentro,… de lo conocido, de esa experiencia cotidiana, carente y llena de hastío, aburrimiento, tedio, de una forma tan rutinaria…, del esfuerzo no recompensado, con el anhelo desangelado, de llegar pronto, sin saber,… ¿para qué?, siguiendo la mecánica repetición, quizá… porque no hay otro lugar al que llegar, a dónde ir, con quien estar…
Este deshielo inunda la mente de Regina,… quien en un extraño afán sin sentido, delineaba sus ojos con esa mano mágica, que daban un toque profundo y enigmático a su mirada, a las cejas bien perfiladas y, ese rubor ¡preciso para resaltar su blanca y tersa piel! y, también,… esa aplicación de lápiz en sus labios, de por sí finos, elegantes, y sensuales,… los hacía emerger más delicados…
Su ropa, su blusa, de botones al frente, mostraban al observador, una escultura,… alimentada con esa falda, que en una abertura minuciosa, dejaba a la vista la entrepierna, de forma discreta, ¡ni atrevida, ni tímida!,… con una coquetería, simple, pero profundamente hermosa. La falda, extendida por debajo de la rodilla, iluminaba unas piernas formadas y torneadas,… casi cinceladas… ¿de qué forma?… ¡bellamente!,… sosteniendo unas caderas ¡bien proyectadas! que, por si solas, detenían y unían varias miradas, con emoción, sin voluntad y sin resistencia alguna…
Juntas, sus zapatillas punta de alfiler y el brazalete al tobillo, resaltaban ese hermoso cuerpo; la costura de las medias de seda, perfectamente alineadas, ¡un detalle magnífico de estilo,… de personalidad!, las protegían, realzando esa subjetiva parte pintada de coquetería, ¡muy propio de ella! La línea de unión de las medias tenía un radio, que no permitía conocer su ubicación, pero se alcanzaban a escuchar notas musicales en boga, que inundaron el medio ambiente de encanto, de magia, de colores, de música,… inexistente,… ¡pero se percibía!
El observador, percibía placenteramente en Regina, lugares, pueblos, ciudades, música, ópera, canciones, cantantes, actrices, escritoras, maquilladoras, diosas, reinas…. haciendo más ameno el movimiento rutinario y repetitivo de la ciudad, día con día, cada vez más difícil de soportar,… y, el espectador, antes de salir y enfrentar esta urbe, creciente e invasora de los llanos de la Narvarte y de la colonia del Valle, con multifamiliares y con una explosiva población, evocó a Regina, lo que le hizo contemplar con otra mirada… con una mirada diferente, a ésta metrópoli, en la que se iniciaba la construcción de la Ciudad Universitaria, en el sur de la ciudad y, del Instituto Politécnico Nacional, en la Hacienda de Zacatenco, al norte, de ella.
La operación de maquillaje concluyó y, con ello, se asomó la temida despedida ¿de qué o de quién? ¡No se sabe!, pero ¡terminó!,… de ello dio cuenta Regina, cuando ella colocó su bolsa en su hombro, anunciando su partida, la despedida, la llamada a emprender, ¡el difícil retorno al hogar! ¿Hogar?…
Regina, recibió la brisa de la tarde ¿o de la noche?, en pleno rostro, girando la cabeza para mirar, a ambos lados de la acera, sin saber cómo y por dónde emprender el camino, sin saber cómo llegar al lugar, para abordar el autobús que la llevaría a su morada,… cuando por fin, minutos después, se decidió e inició el camino hacia la esquina, envuelta entre personas desconocidas y entre ese río humano que absorbe y que consume y que,… se convierte en un monstruo de mil cabezas, que le hace perder su identidad… que la hace olvidar que existe y que la vuelve transparente,… que la convierte en… un fantasma en esta ciudad… crecida y desbordada en el cada vez más,… urbanismo salvaje…
En esa sensación, que llega al corazón y al pensamiento, Regina recibió en sus oídos los acordes de la música del momento, de moda,… se distrajo un momento, pero debía continuar su camino, a bordo del autobús urbano, con rumbo a su domicilio, pensando ¡que tenía que arreglar todo!, hasta el más pequeño detalle.
Había pasado ya mucho tiempo, tanto que… esa noche Regina tenía una cita en casa, con esa persona que ya se había apoderado de su corazón,…, sus pensamientos y sentimientos, sus pasiones y arrebatos, sus delirios y arranques, su entusiasmo, su frenesí y vehemencia,… que le hurtaban y arrobaban sus emociones y, estremecida… recordó cómo había conocido a ese hombre, ¡ahora importante en su vida!, ¡increíble!
Aquella salida presurosa del cine, casi a las 21:30 horas, para alcanzar el ultimo autobús que la llevaría a su domicilio, desesperada,… la había hecho rodar por el suelo, rompiendo el tacón de una de sus zapatillas y desgarrando las medias de seda, que le dolían más que la herida en la rodilla, cuando,… repentinamente sintió una mano fuerte que le envolvió el brazo y que la sujetó firmemente… ¡sin lastimarla!, que al voltear, vio una cara amable. ¡La prisa,… la responsable de ese encuentro! El efecto, ¡conocer al hombre que llenaría de colores maravillosos su ser y su sentir!
El que se había acercado a ella, para auxiliarla, le obsequió una amplia sonrisa que asomaba debajo del ala del sombrero. Lo observó fugaz, pero profundamente, era de tez morena, ojos cafés, de bigote arreglado esmeradamente. ¡Ese fue el primer impacto!, impresión que continuó con aquellas palabras, que aun resonaban en sus oídos, que preguntaban si estaba bien, que si no se había lastimado y, que la hicieron reaccionar… con ese primer impulso de examinar el gran daño producido a sus medias de seda, puestas sobre esas bellas piernas, pensando en ¡cómo iba a repararlas!…
Justo ahí, en ese momento, alguien la volvió a la realidad,… al escuchar una vez más, si se encontraba bien, si se sentía bien, si podía auxiliarla, ella,… dijo ¡gracias, estoy bien, no pasa nada!, pero… un dolor intenso en su pie, la hizo reparar que el daño era más grave, que su pie estaba inflamado y que no lo podía apoyar, imposible apoyarlo,… casi pierde nuevamente el equilibrio, ¡pero esa mano, ese hombre,… no lo permitió!…
Regina, sin percatarse, hizo una seña a un taxi que se detuvo frente al desconocido, que estaba junto a ella, y él… con caballerosidad… le ayudó a subir al vehículo, dirigiéndose a la calle de Castilla, en la Colonia Álamos, a través de la avenida San Juan de Letrán. En ese trayecto, ambos repararon que cruzaban cerca de la cafetería la “Vaca Negra”, de donde salían y entraban parejas; notaron la muy larga fila, ¡inolvidable!… de personas que esperaban entrar a los recién inaugurados “Churros El Moro”. Con estas imágenes en su mente, Regina, ¡la bella Regina!, miró también, la marquesina de colores del cine Viaducto, que anunciaba el drama “Semillas de Maldad”, estrenada en 1955, cuyo protagonista era el maestro Richard Dadier, defensor de los buenos valores, para evitar la potencial delincuencia juvenil, protagonizada por Glenn Ford.
Al llegar a su pequeño departamento, se dirigió a su recamara, se puso cómoda, cambió su zapato roto, por un calzado de piso, recorrió la cocina, donde sobre la estufa ya reposaban dos cacerolas, que contenían la cena, elaborada el día anterior, prendió la estufa y fue a la sala, donde encendió la radio, moviendo la aguja a la estación 900, para escuchar “La Voz de América Latina desde México” (WEW), inaugurada en 1930 y considerada “La Catedral de la radio”, dando inicio al programa de la “Hora Azul”, escuchando al intérprete y compositor, Agustín Lara.
Regina arregló y adornó la mesa con cubiertos, platos, vasos, un ramo de rosas y claveles en el centro del bufete, con un toque mágicamente romántico. Después miró su reloj, casi a las ocho de la noche, que de acuerdo a lo convenido, anunciaba lo próximo del encuentro. Nerviosa… cambió su atuendo por una ropa más ligera,… zapatillas, una brisa de perfume en su cuello, cara y cuerpo, quedando el delicioso aroma en el ambiente. ¡La cena estaba lista y, ella… también!
Con la espera, ya inquieta, se sentó en un sillón de la sala, ansiosa sentía que los minutos transcurrían con extraña lentitud, ¡el tiempo y su periodicidad idéntica e indefinida!, que ¡nos traslada al pasado, presente y al futuro!, no la dejaba estar,… ¡deseaba que sonara el timbre!, mientras que entrecerraba sus profundos y enigmáticos ojos, ajustados al compás de la canción “Tus pupilas”, de Agustín Lara,… recordando la primera cita…
El tiempo medía su inquietud, sus ansias, su avidez por la proximidad del encuentro, del suceso, se preguntaba cuánto duraría, ¿sería largo o corto?, ¿qué tan larga sería esta historia?, se sintió en el punto cero, ¿podía cambiar de un momento a otro?
Después de aquel día en que la rutina se desgajó a pedazos y, sus medias de seda también, salió del trabajo y se encontró que el caballero observador, ¡la estaba esperando!… el que se había acercado a ella, para auxiliarla, el que le obsequió una amplia sonrisa, el de tez morena, ojos cafés y de bigote arreglado con esmero… ¡la estaba esperando!…
Vestía con sombrero de ala, de traje gris oxford y zapatos a la moda, con pisa corbata que sostenía esa tira de seda, anudada alrededor del cuello,… que resaltaba su camisa, el saco, el pantalón,… y, con amplia, profunda y decidida sonrisa, se volvió a acercar, como la primera vez,… pero no para ayudarla en su caída, sino para invitarla,… ¡no sabían cómo hablarse, como dirigirse uno al otro!
Él la invitó a salir a donde ella eligiera,… preguntó y ninguno sabía a qué lugar ir, para conocerse, para preguntarse, para charlar y, quizá… para enamorarse. La confianza fue embargándolos, siendo suficiente, para no dudar que irían al cine, a tomar un café,… Él la tomó de la mano y, ella, sintió una vez más, esa mano firme, a la vez, tierna y sutil, que estruja principalmente… ¡el alma! de ambos.
Ella tomó y fusionó su mano a la del caballero observador, en un lazo firme… sin dudas, con paso ligero, seguro, confiada, contenta, caminó con él por la Avenida Juárez, por la calle Balderas y la de Independencia, en donde la marquesina del teatro “Metropolitan”, anunciaba la película y en el intermedio, al trío mexicano romántico “Los Panchos”, cuya mayor fama se dio en la década de 1940, cantantes de boleros, a tres voces y tres guitarras, que siendo tres, también anunciaban que eran tres: ella, él y… el amor… quizá preludio de una promesa, que de tener cuatro vidas, cuatro vidas serían para ellos… cuatro vidas serían pocas, para lo que sentían y aspiraban, en esa nube que se habían proporcionado…
Sentados en las sillas, de la planta baja, el roce leve del pantalón de él en la pierna de Regina, la estremeció y no atinó más que a retirarla y,… cuando la sala del cine quedó a oscuras, él buscó la mano de ella y la acarició con suavidad, sintiendo lo que nunca antes había sentido. Regina sintió esa caricia como nunca, ¡nunca!… ¡había experimentado una emoción así! Sin perder detalle alguno de lo que ocurría en la pantalla, sintió la necesidad de voltear a ver a su caballero observador y, se encontró con esa bella sonrisa, que la invitó ¿sin saber por qué?, ¡a besarle!
Las últimas letras de “Tus pupilas”, de Agustín Lara, inundaron su departamento y la trajeron de retorno a la realidad. Esbozando una leve sonrisa, entre pícara y tímida, su rostro… bello, adornado, feliz e interrogante ¿qué ocurriría en ese encuentro? suspendida en la inquietud en esos instantes breves, pero interminables,… el timbre sonó, se levantó, se arregló la falda, la blusa, se retocó el cabello y, abrió la puerta…
René estaba ahí, acompañado de un ramo de rosas rojas, rojas de atracción, de amor, de pasión, una botella de vino tinto, un “hola mi amor”, ¿qué haces? y, antes de esperar la respuesta de Regina, un beso calló su boca, concluyó y se abrió otra puerta,… la de la delicia, de la ternura, del halago, del… enamoramiento…
La cena transcurrió entre música, de intercambio de las experiencias vividas, los lugares visitados, la historia, la cultura, entre bromas y risas, entre copas llenas de licor, de besos… de todo, de plenitud,… hasta que la botella quedó vacía,… la música cesó, y,… ella,… bajo el hechizo de la presencia enamorada,… escuchaba con agrado su tono de voz, su modo de verla, su plática, sus gestos, su sonrisa, ¡René había logrado lo que muchos no habían logrado!… ¡conquistarla!
Al escuchar el final de la transmisión de “La Voz de América Latina desde México”, de “La Catedral de la radio”, de ese programa la “Hora Azul”, reaccionaron… el tiempo había transcurrido como un suspiro y, concluir la velada, obligados por lo avanzado de la noche, él…. con tono tranquilo,… se despidió, prometiendo continuar con la visita y la plática en otra ocasión. Regina, deseaba que la velada se alargara, pero la rutina continuaría inmisericorde al día siguiente, se pusieron de pie y, él rodeando su breve cintura, le dio un beso prolongadamente apasionado, tan vehemente como aquél con que le correspondió Regina, quien apenas pudo murmurarle al oído: “Mi amor, mi René, te amo”, ¡Hasta pronto!
Es posible que ese programa la “Hora Azul”, les refiriera a ése color atemporal, que simboliza todos los sentimientos que van más allá de la simple pasión y que permanecen en el tiempo; siendo el color de la confianza y la simpatía; de la fidelidad; de lo divino, asociado con el cielo, lo eterno, lo virgen, lo infinito y grande; el color de la nobleza, la inteligencia, la seguridad…
Al cerrar la puerta, ella se sentó en el sillón; cerró los ojos,… pensó y recordó las palabras de René… quien al oído le susurró: “Cuando cierras tus ojos, el cielo se ve más oscuro,… porque le faltan dos luceros, que son tus ojos,… esos ojos oscuros, me han de ver tan cerca,… pero tan cerca,… que me veré reflejado en ellos y, en éstos, se reflejarán los tuyos, se reflejará el amor,… contagiados de alegría, porque aunque tus ojos son oscuros, nos iluminará el amor, límpido y transparente, que tu alma brotará por ellos, dando una nueva oportunidad, y entonces… ¡tu, mi vida… mía para siempre!
Recuerda que si alguna vez has sufrido, siempre te debes una oportunidad de vida,… pues recordar los malos momentos y cerrar los ojos, no deja que la luz entre en ellos, y sólo se puede sentir la oscuridad… Con esos pensamientos, Regina se quedó dormida, con un gesto de alegría, felicidad, deleite… su boca se curvó hacia arriba, con una sonrisa leve y sin sonido…
El amanecer apareció con los rayos del sol, engrandeciendo el impulso de vida de Regina, sintiendo la piel cargada de atracción por el trabajo, por lo práctico, lo cotidiano y lo repetitivo,… Regina pensó, ¡qué extravagantes, excéntricos, extraños, raros, pintorescos, pueden ser los sentimientos de los seres humanos!,… porque hoy, quiero, anhelo, deseo ¡la repetición!, ¡volver a ver a René!…
Pensó,… quizá con René, podría forjar una familia, seguir trabajando, ver a mis amigos, mi hogar, mi calle, mi colonia, mis amores;… sentir la comodidad, seguridad, quizá… sin cambios, sin novedades,… sin diferencias entre un día y otro,… pero mi vida es, quizá… aprender y aprehender,… que la repetición de hechos en la vida es ineludible… para merecer la virtud de no enganchar el fastidio, la apatía, la falta de estímulo, la flojera, sino recrear la vida en familia… sabiendo que volveré a besar la mejilla de mi hijo, a decirle “te quiero, mi esposo, mi René”,… a darle un abrazo a mi padre… ¡a tener otra oportunidad…!
Inspiración en un Invierno de 2008…