Input your search keywords and press Enter.

Kepa: El Tercer Socio. Un Cuento Vasco

Kepa: El Tercer Socio. Un Cuento Vasco

poliecosocial.com, partidaria de la inclusión de las personas, en particular de aquellas con discapacidad visual, ofrece el material escrito, en audio, a fin de posibilitarles, desde el estudio, hasta la recreación, la filosofía, la política,…

 

 

Kepa: El Tercer Socio. Un Cuento Vasco

Kepa de Aizu o Aizu’tar, padeciente de una extraña historia, temblaba con desesperante amargura. Kepa, con características extraordinarias, quien a los siete meses de nacido, hablaba el vascuence de corrido; a los dos opinaba y aconsejaba con la seguridad y suficiencia de un sabio centenario; que había aprendido los idiomas castellano, francés, inglés y alemán, simplemente leyendo diarios y revistas en esas lenguas y que; finalmente, había terminado su bachillerato demostrando errores indiscutibles en los textos y exasperaba a sus profesores, haciéndoles sentir, más como sus alumnos, que como sus maestros, ahora, se encontraba al borde de la miseria económica, al no poder conseguir el más mísero de los trabajos…

… delgado, de sienes abultadas y perfil de ave rapaz diurna, se hallaba hundido en su propio desgano, precisamente debido a su sobrante materia gris, en desmesurada desproporción, inconcebiblemente había llegado a la exasperación, hasta el punto muerto, sin distinguir más rumbos que encontrar, ni recursos a los cuales apelar,… pues irónicamente con ese intelecto formidable, unido a una terrible ambición, a un egoísmo reconcentrado y a un desprecio por el resto de sus semejantes, haciendo que los hombres, ante su presencia, sintiesen un miedo horroroso, una inferioridad humillante y una rabia rencorosa,… ¡Tanto!, que sentían rechazo instintivo… por lo que no le daban trabajo…

Con el aislamiento, a que lo habían condenado sus congéneres, se le derrotaba, sin competir, como se derrota a una célula enferma. Esa noche se había entrevistado con el humilde patrón de una carbonera, quien con franqueza le dijo, que sólo estando loco de remate le tomaría a su servicio, pues de hacerlo, presentía que al poco tiempo, Kepa quedaría dueño absoluto de todos sus negocios, que tanto tiempo le había costado lograr.

Tenía años que había salido de su casa, pleno de confianza, de suficiencia y, ahora, se encontraba ante lo que consideraba una iniquidad, una injusticia, una burla sádica del Creador en su contra. Ensimismado, oprimía el vaso que sostenía en la mano, con tanta fuerza, que el tosco cristal, terminó por romperse, mojado con su propia sangre y sorprendido por el ruido, reparando hasta entonces, en ese hombre oscuro, sentado frente a él.

Ese hombre, le sonreía con la blancura de sus largos incisivos, al tiempo que le ofrecía una copa de vino, que ante el gesto imperioso y señorial, del llamado caballero, le servían en una charola plateada, una copa de cristal fina y elegante, aparecidas misteriosamente, ¡para el lugar en que se hallaban!,… El vino, conforme se vertía, brillaba dentro del cristal como una joya refulgente, fastuosa, regia, resplandeciente, esplendorosa, estupenda, esparciendo un perfume deleitoso… El anfitrión levantó la copa, brindando con la palabra Shalom (paz y bienestar).

Como de costumbre, Kepa, a velocidades vertiginosas, inventaba posibilidades, no sin miedo, con sospecha de que ese hombre fuese el Gaizkin (El Mal), quien sin más, concedió: ¡Nos has invocado! ¡Aquí me tienes. Soy Margo Illa! Con el corazón palpitante, al corroborar lo que se había imaginado, Kepa apuró lentamente el vino… 

¡Se me hace difícil haber invocado a quien no creí que existiera! 

Ese hombre oscuro, se contemplaba socarronamente las largas uñas de su peluda mano izquierda, advirtiéndole que recibía directamente sus transmisiones mentales, que era el intelecto de Kepa lo que lo había tentado, ya que aun sin ser él, el Gaizkin principal, contaba con el privilegio de poder escoger a sus clientes, ofreciéndole de su pitillera de oro, un cigarrillo… y agregaba: ¿Conque calculas al menos sacar todas las pequeñas ventajas que puedes de este encuentro, ¡eh!?

Kepa sonrió y concedió. Sí, así es, sólo que esto me hace temer, porque si llegamos a un acuerdo, mi situación sería francamente desventajosa… El Gaizkin repuso. Eso está por verse. ¡Mira! ¡A me encanta divertirme cada vez que me toca venir por acá, de un modo u otro!, ¡Tal como lo hacen ustedes! Beber, fumar, mujeres,… juego, placer para esta carne humana con la que me rodeo! ¡Por eso, sé que con tu caso particular, la diversión puede prolongarse!

¡Mira! ¡Tú te encuentras arrinconado, frustrado, enojado y rebelde, lo cual resulta poco cristiano!

¡Además, has fracasado en las divertidas pruebas a las que se les somete, quien tu sabes, a sus hijos dilectos!

¿Entonces de que desventajas hablas?

¿Qué arriesgas, a final de cuentas?

¡Más bien deberías congratularte de que, al fin, te ha llegado la oportunidad que has anhelado!

¡Juega con esa inteligencia de la que te vanaglorias, para tratar de lograr todo aquello a lo que consideras que tienes natural derecho, en esta vida… y en la otra!

Te daré tres oportunidades, para que puedas asociarte libremente con quien tú elijas, en el negocio que quieras, mediante las condiciones de sociedad que fijes, sin que me interese el éxito o fracaso del negocio, pero,… si el socio que tú elijas, te llegara a engañar, sin que lo descubras, habrás perdido una oportunidad, un punto. Después, podrás continuar con la segunda oportunidad, conservando solamente las mismas condiciones. Pero, sí te volviesen a engañar, sin que te percates a tiempo, habrás perdido otra oportunidad. Y así, llegarás a la siguiente, excepto que al producirse el tercer engaño, cesará tu vida automáticamente, sin más trámites. ¿Te interesa?

Debo confesar, aceptó Kepa, que tu proposición me parece inmejorable, pero voy a repetir tu propuesta, para que me corrijas, en caso de que no haya entendido tus explicaciones. Primero, se está jugando mi alma inmortal, que como bien dices, se encuentra de por si casi perdida, dada la imposibilidad de ejercitar mis facultades naturales, además de borrar todos los malos puntos espirituales que obran, hasta hoy, en mi contra. Segunda, en caso de que yo gane, podré disfrutar, cómoda y plácidamente, por el resto de mis días sobre la tierra, del logro de mis facultades, pero,… en caso de perder quedaré a vuestra disposición, para lo que gustes mandar.

De ser así, quisiera añadir a dichas disposiciones, dijo Kepa, que se fije el tiempo límite de liberación; que no haya intervención en los acontecimientos, ni en las personas con quien trate, en el negocio y que, en calidad de préstamo personal, me des alguna cantidad de dinero para disponer de lo que necesito. 

Margo Illa, el Gaizkin no principal, replicó, tu límite será un año; el dinero que necesitas ya lo llevas en el bolsillo; de no haber engaño alguno o de descubrirlo antes de que se manifieste, quedarás libre; pero si el dinero se te llegara a terminar, antes de que te hagas socio de alguno, el pacto quedará automáticamente roto y, tú, estés donde estés, te encontrarás nuevamente aquí, en éste instante, solo y desesperado, como hoy.

Kepa le preguntó si debía firmarle algo, con su sangre, a lo que Margo le respondió: ¡No existe necesidad de escenarios, ni de actos tan dramáticos. Cada cosa en su época! Contigo, como buen vasco que eres, sólo me basta estrechar tu mano. 

Kepa se quitó el paño que envolvía su mano sangrante y estrechó la de Margo, experimentando una dolorosa sensación ardiente, que le curó y, después,… la silla de enfrente se hallaba vacía…

Esa noche, Kepa no pudo dormir, intranquilo no encontraba en su mente, socio alguno, ni proyecto que realizar. Mirando el techo, exhausto y desalentado, sorpresivamente se quedó dormido, soñando en la lejana época cuando era niño, en la vieja casa de su padre, caminaba y miraba la senda de árboles, de hayas, de robles, de rayos luminosos de sol, de rumor grave del viento, del piar bullicioso de las aves y de los sonidos de los rebaños que tornaban a sus rediles.

Conforme caminaba, dos  sentimientos distintos se patentaban en cada paso. Con la pisada derecha, gozaba esa hora bendita, la suavidad de los colores, el reverberar de la luces,… Con la pisada izquierda, se preguntaba ¿Cuánto dinero, representa potencialmente este bosque? ¿Cómo explotarlo de la manera más provechosa?

Despertó y de súbito pensó ¡Claro! ¡El bosque, su padre, el negocio y el socio!

Se levantó y, con maleta al hombro, se dirigió hacia la casa de su padre, pensaba en los argumentos para convencerlo de sus proyectos; dispuesto a mentirle, a invocar la santa memoria de su madre. Su futuro inmediato y eterno, dependía de ello. Cuando encontró a su padre, corrió hacía él, cobijándose en un abrazo, en búsqueda de amparo y protección. Cuando se separaron, su padre, ya estaba dispuesto a concederle hasta su vida misma, si fuese necesario…

Durante la cena, platicó a su padre el proyecto, que incluía viveros de forestación, creación de aserraderos en el valle, talas concéntricas ordenadas, deslizaderos, labor social de mejores medios de vida regional, formación de cooperativas con reparto de utilidades, servicios médicos, pensiones,… El padre dijo a su hijo, que a primera hora, del día siguiente, buscarían notarios, bancos y lo que hiciese falta; que ¡Dios velaría porque todo resultase bien!…

Andoni, el padre de Kepa, se hizo su socio. Inició la explotación en los aserraderos. Su papá velaba por el gran renombre de la empresa y sus utilidades; cuidaba como nadie los intereses de su hijo, sin descanso,… visitaba las instalaciones, marcaba los cortes, supervisaba la construcción de las obras; repartía destajos, fijaba salarios,…

Un día, Andoni, el padre y socio de Kepa, se quedó dormido, frente a la sorpresa de su hijo, quien le dijo ¡Te veo mal! ¡Busquemos a un supervisor general, que sea de tu confianza! Hacía tiempo que Kepa se había comprado un lujoso auto deportivo, lo que le evitaba los engorrosos horarios fijos de salida, de trámites de equipajes,… para viajar y concretar sus negocios

Esa noche, al bajar de una de las habitaciones de lujo, del hotel en que se encontraba, una mujer joven, lujosa y ataviada de terciopelo negro, con un largo collar de perlas blancas, le saludó, corrió hacía él, lo tomó familiarmente por un brazo y lo introdujo al salón de convivencias, eludiendo meseras y danzarines. Desconcertado, le preguntó si estaba confundiéndole, que si estaba segura de que lo esperaba a él. La mujer fijo su mirada en la de él, con sus grandes ojos oscuros y sonrió. No le confundo, le dijo. Venga por favor. Le llevó a un rincón apartado, donde se sentaron en una mesilla con dos platos, bajo una luz romántica y tenue de una lámpara. Kepa estaba dispuesto a seguir la aventura hasta el final, cuando al ofrecerle una copa de vino, ella le murmuró, traviesa, ¡que brindarían por el primer engaño!

Los ojos de Kepa se agrandaron, mirando a la mujer que fue transformando su sonrisa en una estridente carcajada. Le dijo, tu propio padre te ha engañado, sin que te hayas dado cuenta. Te dijo que se encontraba bien de salud y te mintió. Kepa sintió que todo giraba y cayó pesadamente sobre el plato que tenía delante.

¡Enterró a su padre, en el antiquísimo cementerio! La vieja y gorda tía Mirena, que le acompañaba en los actos funerarios, sintió de pronto un profundo cansancio, al punto del desmayo, quien fue cargada por su sobrino, con pena, por haberla dejado de pie tanto tiempo sobre el suelo húmedo del cementerio.

La perra de su padre, Bela, levantaba la cabeza y la dejaba caer sobre la sepultura de su amo, reiteradamente, hasta que Kepa la tomó del collar y se la llevó a casa. Pasaron días en que la pena de Kepa, lo distrajeron de sus obligaciones, dedicándose a caminar por los parajes más solitarios, con los sentidos embotados.

¡Se sentía culpable de la muerte de Andoni, su papá!

Un día, de esos paseos con Bela, reflexionó, mirando a la perra y decidió, que siendo estos animales los más leales, desde épocas prehistóricas, con los hombres, la haría su socia. Volteó a su alrededor, feliz, triunfante. Tramitó la sociedad con Bela, ante notario público, como «Aizu, Bela y Suc». Muchos pensaron que Kepa se había trastornado, por la pérdida de su padre y, otros, se burlaban, pero el método le estaba dando resultados, por la simpatía de Bela y del propio Kepa, con ese acto.

En uno de sus paseos con su hermano y Bela, a quien por precaución le había reproducido, contando con una gran camada y en la conformación de la sociedad, al introducir la figura de «sucesores», llevó confiado a la perra a una cacería, que husmeando las hierbas, se encontró con un nido ocupado por una paloma y sus polluelos. La hembra levantó su pico, erizó sus plumas y Bela echó a correr, ladrando, dando a entender que había encontrado otra presa, por lo que  obligó a sus amos, a caminar en otra dirección, donde encontraron a un viejo que los miraba burlonamente, pues Bela había regresado con su amo, con la cola entre las patas.

El viejo, le dijo que para salir de cacería se necesitaba un buen perro. Kepa le expresó: ¡Y nosotros, mi hermano y yo, lo tenemos! El viejo replicó, ¿aunque lo engañe?, con los ojillos semicerrados. Agregó, yo mismo vi cuando descubrió una paloma y a sus polluelos y, quizá, para evitar que ustedes los mataran, los desvió deliberadamente. ¡Ya no puede uno confiar, ni en su perro!

¡Ese fue el segundo engaño!

Kepa reflexionó con amargura, acerca de su sentimiento de su propio valer. Se veía ahora en su justa proporción y, notaba, la enorme distancia en aquellas comparaciones que hacía con respecto a los otros hombres. Era sólo un producto ficticio de su orgullo estúpido, de su ambición inútil; de su ignorancia acerca de las limitaciones, comunes e inherentes a todo ser humano. Apareció en él, un sentido desconocido de humildad, que se aliaba a las demás penas que le oprimían. Descartó el suicidio; se arrepintió del error de sus anteriores valoraciones; se percibió, por primera vez, con una sensación de hermandad, de cofradía, de igualdad común, de integración real dentro del grupo humano al que pertenecía y al que había desconocido, en su afán de lucha, de supremacía y poder.

Meditó, caviló, calculó, consideró, pensó, razonó, recapacitó, acerca de la conveniencia de repartir o hacer partícipes de su negocio, a cuantos colaboraban, directa o indirectamente dentro de la empresa. Pensó en fundar una administración de carácter benemérito para menesterosos, pero creyó que sería poco y de sublimación egoísta. 

Después de mucho rigor y cuidado en el análisis de sus propósitos y servicios, decidió finalmente, entregar sus propiedades, salvo la heredad familiar que correspondía a su hermano, al grupo de las hermanas de la caridad de San Vicente de Paúl. Se presentó, sin avisar, ante la madre superiora de la Orden. Vasca también, pequeña y enjuta, de ojos tan azules como su hábito, amable y discreta, quien sorprendida al reconocer a Don Pedro de Aizu, exclamó:

¡Cómo es posible!, ¡Señor Todopoderoso!

Sí usted es ateo, duro, poco caritativo y, hasta excéntrico

Kepa sonrió. Todo eso es cierto y ha sido necesario que pasaran muchas cosas para que viniera a caer en cuenta que en realidad era así. Aunque… desgraciadamente, tal vez, demasiado tarde. La madre superiora, le contestó que ¡nunca es tarde para que un hombre encuentre su verdad y menos cuando… está ayudando a los hijos de Dios más necesitados!

Kepa terminó sus días, a su pedido, en la sala común del sanatorio para indigentes. Pasó el resto de su vida, que fue larga, dedicado a la ayuda de sus semejantes, encontrando finalmente, la serenidad feliz, la paz y el contentamiento con la tierra. Y pudo, sobre todo, morir tranquilo, confiado y agradecido, no por su victoria final, sino por haber podido gozar del privilegio de haber llegado a comprender, que los valores reales y mayores del hombre, estriban en cosas tan sencillas: Amor, Comprensión y Caridad.

[DE BASABE, Luis. (1971). 4 Cuentos Vascos. México: Ediciones Botas. México. Pp. 75-118]

[Modificado por Sonia Uberetagoyena Loredo]

©Todos los derechos reservados

SI TE GUSTO EL CUENTO, DALE ME GUSTA, COMPARTE Y SUSCRÍBETE A ÉSTA PÁGINA

error: Contenido protegido por derechos de autor.